El tradicional Concierto de Año Nuevo vuelve al Palau de la Música Catalana de la mano de la Orquesta Simfònica del Vallès con la dirección de Isabel Rubio. Se trata de una fiesta que entretiene con composiciones conocidas de diversa procedencia y que no olvida el sentido de la cultura (y del arte, en concreto) según Hanna Arendt: la belleza. Una belleza sublimada en forma de vales, otras danzas y formas de “música ligera”, que tienen la originalidad y la comunicabilidad directa como disparos comunes y el ritmo como ente diferencial.
A la selección de este año, encontramos la Danza eslava n.º 8, op. 46 de Dvořák y el vals de La bella durmiente de Chaikovski. Si la primera es una furianta, danza checa de tempo rápido y compás binario –a veces ternario–, la otra supone uno de los hits de la historia de la danza europea y corresponde en la fiesta del decimosexto cumpleaños de la protagonista, Aurora, la bella durmiente.
Entre ambas piezas, La amour se eveille, de la compositora Jeanne Danglas, nos remite a un vals francés más lento que el vienés, en la línea del que a primeros del siglo XIX era el vals musette y que en el siglo XX evolucionó hacia otros estilos musicales. A continuación, la apertura de la opereta The Mikado de Arthur Sullivan nos llevará hacia la parodia de un Japón imaginario y de una represiva ley contra el flirteo y las veleidades amorosas –sexuales, en el fondo–; sin objetivo matrimonial y como crítica en la Inglaterra victoriana. Los característicos golpes de bombo y las sonoridades pentatòniques de cariz oriental de la introducción preceden una sección central lenta y cantable (maderas primero y cuerda después) que remata un enjogassat allegro.
Por otro lado, en el aire chaikovskiniano del vales para cuerdas perteneciente al Divertimento, Leonard Bernstein destaca una sensualidad, hedonismo y afectuosidad explícitas a la sección central. Aquí el violonchelo, la viola y el violín primero se alternan en una bella melodía encima lo pizzicato del resto de instrumentos. Su compás, duración y estructura distan del estilo que el Rey del Vales, Johann Strauss hijo, desarrolló a partir de la década del 1860 elaborando una introducción, cinco tandas de valses y una coda que retoma el material del principio como demuestran el Vals del emperador y Al bello Danubio azul. Si el uno conmemoró los cuarenta años de reinado del emperador Francisco José II de Austria, el otro fue estrenado para una sociedad coral masculina. Afortunadamente, la desfasada y xenófoba letra original ha quedado en el olvido.
Alabado por Wagner en su gracia, finura y sustancia musical y aplaudido por Richard Strauss (que nada tenía con ver con la alcurnia valsaire) como lo más amable dispensador de alegría, de Johann Strauss hijo también escucharemos tres composiciones peculiares. Por un lado, la marcha egipcia, que simula la música turca con el uso de la percusión dentro de una visión eurocentrista y contrastando con una melodía de cariz modal y la graciosa participación de los músicos tarareando. También nos mojaremos con los rayos, los truenos y las carrerillas simuladas por la percusión y la cuerda de la polca Unter Donner und Blitz. Y, bordeando el final, la conocida Tritsch polka sonará pasada por la criba de la reinterpretación caribeña que el director de orquesta Gustavo Dudamel encargó a Paul Dessene como felicitación de Año Nuevo del 2017. Con alguna broma que otra y reivindicándose como cimiento de la existencia humanas, la fiesta y la música están garantizadas para felicitarnos el nuevo año.